martes, 16 de diciembre de 2014

Lo ví todo en el gancho‏.....

Quien te regala su tiempo te está regalando algo que nunca más podrá recuperar. Sé a ciencia cierta que unas de esas personas que dedican aunque sea un pequeñito espacio de ese tiempo a ojear y leer mi blog “ Entre olivos y zarzas ” es el autor de este blog, Raúl. Y que mejor manera de agradecérselo que dedicar yo ahora parte de mi tiempo escribiendo un relato para Esencia Montera, para ese blog que se está convirtiendo en una página de referencia para los amantes de la caza, donde podemos encontrar historias, lances y fotografías del mundo cinegético, que hacen que se te pase el tiempo “volao” mientras te adentras en su contenido. Ahora intentaré contar lo mejor posible un relato vivido en primera persona, hace unos pocos de años ya, en mis inicios en la práctica venatoria.

Corría el año 1996, un joven servidor con los 8 años recién cumplidos se enfundaba un pantalón de pana y un jersey mientras mi padre me esperaba en la planta de abajo de la casa metiendo las cosas en el morral. En la calle, los dos perros de “ El gitano” con el que íbamos a cazar, ladraban nerviosos, a sabiendas de dónde iban. Eran dos podencos blancos, con la nariz rosa, Bobo y Lucas se llamaban, los cuales eran usados tanto para la caza mayor como para la menor. Sabían perfectamente que si llevaban la campanilla al cuello tenían que dejar a un lado los conejos y liebres y centrarse en los cochinos y venados y viceversa. Esta vez tocaba ir con la campanilla, un gancho de jabalíes a las afueras de Jaén, en Otiñar, era el lugar donde pasaríamos la entretenida mañana.

El día amaneció despejado y con una escarcha en el suelo que lo cubría totalmente de blanco, parecía que estuviera nevado. En el punto de encuentro otras 4 ó 5 personas más nos esperaban con sus perros. En total una docena de perros iban a ser los encargados de poner a tiro de escopeta ( o de rifle) a los cochinos, que supuestamente estaban en la pequeña mancha que se iba a cazar. Para los menos metidos en este mundo, explicar que un gancho de jabalíes es una modalidad parecida a la montería, en la que mediante ojeadores y perros se levantan las piezas de sus encames para guiarlas hacía los puestos donde esperan los cazadores. El número de cazadores nunca es superior a 9. Los perros usados en un gancho bien pueden proceder de una rehala formada, o bien se forma un grupo de perros cada uno de un dueño distinto, pero que son grandes expertos en la materia y se conocen (importante para evitar peleas inesperadas).

Eran las 10 pasadas de la mañana, cuando debajo de un pino me dijo mi padre - aquí nos quedamos nosotros. Hace tantos años, que ya no puedo dar muchos mas detalles sobre el puesto. Solo recuerdo que la mancha era un pinar muy espeso y que la escarcha cubría todo el suelo de blanco.
Recuerdo que me dijo mi padre que le gustaba ese puesto. Estaba en una umbría, y ese era el sitio preferido de los grandes berracos. Que las marranas y jabalíes jóvenes en esa época del año están en las solanas. Lección aprendida. Cada salida al monte para cazar era una enseñanza que se quedaba grabada en la mente para siempre.

Entre tiritones de frío y con el chaquetón de mi progenitor echado sobre los hombros, recuerdo un tremendo tropel en el suelo. Ladras y más ladras tras ese animal que hacía retumbar el suelo. Mi padre escopeta encarada intentaba adivinar por donde saldría el animal. Se empezaron a mover los matorrales que teníamos enfrente y ahí salió, un bonito jabalí, no muy grande, pero tampoco muy chico, apretó el gatillo... pero fué fallado. La velocidad endiablada que llevaba el cochino hizo prácticamente imposible que la bala tocara carne. Fue curioso escuchar como el marrano iba sorteando todas las escopetas, pues la ráfaga de tiros hacía imaginar que seguía en su alocada carrera por todos los puestos, sorteando todos y cada uno de los disparos.

El sol comenzaba a calentar. Se veía poco movimiento de jabalíes, algún que otro disparo de vez en cuando se escuchaba, pero muy lejanos. Me dio por quitarme la chaqueta de mi padre, ponerla en el suelo y sentarme en ella apoyada al tronco del pino. Que a gusto me encontraba. El sol calentaba, estaba muy cómodo sentado... me dormí.
No se el tiempo que morfeo estuvo haciendo de las suyas conmigo, quizás un cuarto de hora, quizás una hora. Solo recuerdo que me desperté con dos disparos de mi padre y un cochino chillando. Pegué un bote del suelo. Lo busqué con la mirada venía de rematar con el cuchillo al guarro que se quedó tumbado a pocos metros del pino que me sirvió de almohada. Me preguntó que si había visto el lance, y yo le dije que si. Sabiendo que era mentira se rió y me preguntó que si había visto el oso panda que iba detrás del jabalí. Mi respuesta también fue afirmativa. Lo había visto todo.

PD: Esta anécdota sale a relucir en cada junta familiar, provocando un bonito recuerdo y una sonrisa a todos cuanto las escuchan por muchos años que pasen y por mucho que se sepan la historia ya.

Por: Manuel Ruiz Beltrán
       @OlivosYZarzas @GalgoManu

El Mani y Raul Blazquez.

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