Os pongo en situación, pero no me podáis fecha, pues tengo memoria de cristal, y el ginseng ya no me hace efecto.
Años inolvidables pasamos en la finca El Casar (T.M. Retamal de Llerena), propiedad de Don Gerardo Cerrato. Allí aprendieron unos y maduramos otros, de los jóvenes de la cuadrilla.
La cosa es, que se iba haciendo patente el aumento de cochino en la zona, lo que suponía otro desvelo más para muchos de nosotros. Principalmente para mi padre, que al parecer, no tenía suficiente con el calendario de monterías, que en aquella época era además, bastante grueso.
Llegados los permisos por daños, una mañana nos pusimos mi padre y yo de recogida, en busca del osado jabalí que tenía revueltas a todas las cochinas ibéricas y levantada toda la siembra de una de las cercas. Las pistas nos condujeron hasta el lugar donde se recogía habitualmente y allí que nos plantamos, cada uno en una gatera de las más seguidas, en la linde de la finca colindante. Delante, el peñón que bautizamos como "el cagaero", no pregunten por qué. El peñón lo formaba eso, una piedra enorme y un fuerte chaparral salpicado de jaras, no muy extenso.
Como casi siempre en la caza, nos dimos de bruces con la realidad de no ver más, que aquello a lo que no esperas. Conejos, liebres, perdices, pero del cochino, ni rastro. Mi padre ordenó retirada, pero como buen enreda y creo que por costumbre, se adentró en la mancha para subirse al peñón y disfrutar de las vistas. Y a ver si lograba adivinar, si los suidos tenían tomado algún encame.
Al buscar la entrada cómoda, se percató del rastro fresco y del fuerte olor a guarro y me avisó de que rápido, me pusiera de nuevo en la gatera, por si el bicho estaba allí. Fue poco trayecto, pero lo suficiente para que entre la emoción y la carrera, se me saliera el corazón por la boca. Un rato después, allí no se movían ni las ratas, así que, me dispuse a sacar las balas de la escopeta. No había caído la primera al suelo, cuando escucho vocear cual energúmeno desbocado a mi padre. No se sí volví a meter la bala, un palo o una piedra, pero fue levantar la vista y ver un bulto negro, corriendo como si hubiera visto al mismo diablo. Ná, que le enchufé tres plomazos a 30 pasos y lo que hice fue, hacer que metiera la R de rayo, porque no he visto bicho, correr más en mi vida, y, encima cuesta abajo que iba. El animalito seguiría yendo de fiesta con las cochinas de D. Gerardo y yo, a aguantar el pitorreo.
Esta vez no hubo reprimendas, pero la sorna se acrecentó, cuando me dispuse a seguir tras su rastro, con la convicción de haberle dado y es más, de haberle escuchado gruñir dentro de la mancha.
Con instinto depredador, me adentré en ella, siguiendo el rastro y el ruido extraño aquel. Tanto es así, que me di de bruces con una hermosa bovina (bóvida), que tenía toda la cara de la etiqueta esa famosa del queso que anuncian en la tele. Si esa!! "La vaca que ríe". Descojonada estaba, como lo estuvieron el resto de compañeros, cuando les contamos la anécdota, que ahora trato de narrarles. Experiencias y momentos señores, nada más.
Por: Óscar Ángel Díaz González.
Secretario de JUVENEX y cazador.
"El Mani y Raul Blazquez
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