Mi objetivo como todo buen esperista era abatir el gran macareno que pudiera andar por aquellos lares, por lo que antes de acabar la primavera comencé a pistear la zona y echar algo de maíz repartido, y coloqué una cámara de fototrampeo, siendo esto contario por muchos expertos en el oficio, pero a mi modo de verlo, todos son ventajas y evitas así posibles fallos, seleccionado únicamente machos adultos.
Ubiquémonos, Extremadura (Cáceres), en pleno corazón de la Comarca de la Vera, vegetación leñosa de robles y castaños, el cerezo aportando color y deliciosas cerezas, que tanto jabalíes como el que suscribe daban debida cuenta. Muchas fueron las noches que los jabalíes acudían a hartarse de cerezas, ya no solo las que se caían al suelo, sino que como si de bípedos se trataran, cogían cerezas a más de metro y medio de altura, causando cuantiosos daños en los árboles. Como era de entender mientras las cerezas estuvieran maduras, poco o nada caso harían al maíz, y así sucedió, si bien alguna noche acudían, eran alternas.
Cuando los cerezos quedaron limpios, el maíz comenzó a surtir efecto, siendo los primeros comensales una guarra inmensa con seis o siete crías, estuvieron acudiendo todas las noches, guiando la guarra a sus crías hasta el comedero noche sí y noche también, una madraza con todas las de la ley y dando cuenta de su instinto de supervivencia.
Pero la felicidad no es eterna y aquella gran guarra desapareció, está claro que no todos tenemos el mismo objetivo, pero a mi modo de entender los aguardos, es un error y más cuando se trata del mejor reclamo para atraer un buen macho, pues ya se sabe que donde come una piara, los grandes machos se mueven con más tranquilidad, fiándose del hacer de esta.
Aunque había visto indicios claros de que podía haber un animal muy grande por allí, por que como dicen según de grande sea la mierda será el animal, no me esperaba lo que iba a ver en la cámara, pero viendo lo que asomaba por delante y por detrás no había duda, era un verraco inmenso, tenía ante mí, al amo y señor del lugar.
Gran parte del trabajo estaba hecho, había conseguido llevar hasta mi terreno, a un viejo, solitario y experto jabalí, que tantas batallas había ganado, y que seguramente pudiera escribir más líneas sobre nosotros de las que jamás pudiéramos imaginar.
Ante un animal así, sabía que no podía cometer ningún error, iba a ser tarea muy complicada el mero hecho de tener alguna oportunidad. Pero sí, error de primero de aguardos, lo que tanto tiempo había costado, la piara me lo había arrebatado. Se habían comido hasta el último grano de maíz, quedando el comedero sin alimento y al gran jabalí sin ganas de regresar.
En esto de los aguardos la constancia es una máxima, y como bien dice mi maestro Javi, “los cochinos se matan con el culo”.
Ya había acudido al puesto alguna vez, todas ellas sin suerte, sintiendo jabalíes pero no cumpliendo. He de reconocer que me gusta ir acompañado, se me hacen las noches más amenas, pero estar muy seguro de quien os acompaña, pues son pocos los que saben estar en el puesto.
Parece que en esto de la caza, todos tenemos un comodín, ese acompañante que cada vez que acude contigo todo son alegrías. En mi caso es mi padre, que sin ser cazador le gusta acompañarme y que no en pocas ocasiones me había dado suerte.
Era una tarde calurosa, 18 de junio de 2015, acudimos temprano, pues quería revisar la cámara y ver si el comedero tenía alimento, ya que llevaba muchos días sin atender, el comedero estaba muy poco tocado, con alguna señal de que había comido un animal, ¿Y la cámara? La cámara sin pilas, cosas que pasan y que cabrean mucho, aún sin haber comenzado ya íbamos mal. Nos colocamos en el puesto, esperando a que cayera la noche, el puesto estaba situado en un lugar elevado del terreno, siendo casi imposible que un animal te cogiera el aire, debido a la orografía del terreno.
Pasaban las horas y no se oía absolutamente nada, el campo estaba muerto y yo empezaba a impacientarme, era la 01:30 horas y yo dispuesto a marcharme, pero mi padre quería que aguantásemos más, no habían pasado más de quince minutos, cuando sentí el leve crujir de una rama y la hojarasca de roble, silenciándose unos segundos y volviendo a iniciar la marcha. El chasquido inequívoco de un jabalí comiendo maíz, ese chasquido y su sabida presencia, que activan todos los sentidos y hace al aguardista, esa sensación que sólo los que se dedican a este arte saben explicarlo. No había duda era un animal solitario, muy desconfiado, cogiendo granos de maíz escasos segundos y regresando al amparo del monte, con ese comportamiento sabía que no podía esperar mucho y que en cualquier momento se marcharía, pues hizo varios ademanes. Me coloqué en posición apoyando el codo en la rodilla, alumbré con la linterna y antes de que pudiera tener la más mínima posibilidad de tirarle, el cochino arrancó a sabiendas de lo que esa luz significaba, se iba entre en monte y conseguí meterle en el visor y tiré, fue un tiro de acto reflejo, una suerte, esa que había sido esquiva durante muchos aguardos. El cochino acusó el tiro, pude escuchar como cambió de dirección bruscamente y se lanzó cuesta abajo, creía haberlo pegado. Le dejé enfriar unos quince minutos y fui a buscarle, pero la noche no es buena compañera y ante un posible animal herido mejor esperar a la luz del día.
A la mañana siguiente madrugué, estaba extrañamente tranquilo, comencé el pisteo, acompañada de mi perro “Rufo”, pronto encontré sangre en abundancia y el rastro del jabalí adentrándose en una zanja, cubierta por la parte superior de zarzas espesas, decidido con mi cuchillo de remate, no era fácil moverse allí, ya que tenía que moverme de rodillas, no había caminado seis o siete metros, y nunca me imagine lo que sucedería y hoy me doy cuenta que lo afortunado que fui.
El jabalí bufó a escasos dos metros de mí, se dio la vuelta y se abalanzó hacia donde me encontraba, era enorme y con unas navajas que daban miedo, reaccioné rápido y conseguí salir de la zanja, atravesando el zarzal que la cubría, quedando mi cuerpo completamente señalado y el corazón que se me iba a salir del pecho. Una vez fuera de su alcance y viendo que permanecía en la zanja, pude ver que no podía mover las patas traseras.
No tuve el valor suficiente de rematarle con el cuchillo, era demasiado grande y yo poco experimentado en ese arte, por lo que no tuve más remedio de darle muerte con el rifle.
Cuando conseguí sacar de la zanja al animal, que no poco trabajo me costó, me di cuenta de que había vencido al amo y señor del lugar, un viejo macareno que pasaba sobradamente los cien kilos, que tantas batallas había ganado y esta vez, por un tiro en la rabadilla, un tiro de fortuna, había salido vencido.
@jonhjoseles
Jose María Rodriguez Incera.
El Mani y Raul Blazquez
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