Las migas abrían boca a unos cazadores hambrientos de experiencias nuevas, lances inolvidables, sentidos inexplicables. Con el mítico “Pacharán”, veíamos el avance del sorteo, esta vez no me preocupaba la postura, vería la montería con otros ojos, desde dentro de la mancha, batiendo una finca que me sabía como la palma de mi mano.
“Phanta rey”, en efecto, todo fluía. Los puestos, ya colocados, esperaban impacientes los lances venideros. Llegamos con los camiones, y todo empezó. El regato, que por ambos lados estaba cerrado, se extendía a lo largo de nuestra vista. Aire a favor, los punteros empezaron a levantar cochinos a espuertas. El campo, intranquilo, rezumaba pasión.
El trabajo de tanto tiempo mimando la mancha, estaba dando sus frutos. Era constante el alboroto de tiros y ladras que se sucedían entre las distintas posturas.
Una ladra ha parado, y yo volaba por las jaras. Cada queja de uno de los valientes podencos me llegaba al alma. Y por fin llegué. Aculado y de frente, me esperaba. Los perros en corro intentaban intimidarle. Con el culo pegado al madroño, se defendía de cuántos a él se acercaban. Quería dar fin al lance pero el guarro, sin estar agarrado y en un sitio tan cerrado de monte, tenía todas las de ganar. Un “jipido” lejano y conocido me puso de orejas. El perro venía corriendo y tras el segundo ladrido la reconocí, ¡gitana! -grité para mi capote-. La alana, propiedad de un buen amigo, se acercaba con ganas de fiesta. Mientras tanto el macareno, resabiado, esperaba a ver cómo sucedían los acontecimientos. De vez en cuando, recordaba la jerarquía arrancando contra sus acosadores, lanzando bufidos y trompazos a diestro y siniestro. Cada vez más cerca, “gitana” se encendía más. Mientras le cogía el aire al marrano, la alana de piel de pantera, entraba en la plaza y sin hacer parada, se lanzaba a la oreja de su víctima. Con la confianza que transmitía esa perra, los podencos la siguieron en la ardua tarea de tumbar el gran macareno. El tiempo pasaba lento hasta que mi cuchillo daba con el cuerpo de tan mencionable contrincante, en el suelo. Dos navajas intimidantes, acompañadas de unas espléndidas amoladeras. El lance había acabado, entonces, miré a la cara a la “pantera” y entre caricias, le agradecía su trabajo.
La montería cumplió sus expectativas con un gran número de guarros sobre el plantel. Feliz y en familia, me retiraba a la cama pensando en aquel maravilloso lance, del que solo “gitana” y yo teníamos constancia de verdad, un secreto que rememoro cada vez que la veo.
Gracias “pantera”.
Por: Jaras y Animales.
@jaras_y
El Mani y Raul Blazquez
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