Sólo con estas palabras ya muchos nos hacemos a la idea de lo que era para nosotros la noche anterior a salir de caza con nuestro padre, la misma que a día de hoy sentimos y que como muchas veces se comenta:
"El día que no tenga esos nervios la noche antes, cuelgo la escopeta". Pero esta noche de la que hablo era especial. Iba a salir con mi padre a cazar sí, pero yo también llevaría mi propia escopeta por vez primera.
Y como no podía ser de otra forma mi estreno era en una mañana de ojeo de perdices en puesto fijo. Nervios a flor de piel, pero tranquilidad, mi estreno sería de una forma segura, aunque por aquel entonces yo no recuerdo tener miedo a nada y mi manejo de las armas era, cuanto menos, preciso.
Las 7:00 de la mañana y ponemos rumbo hasta el que era nuestro coto de caza en la localidad toledana de Cabañas de Yepes. Una hora y poco más me separan de pasar el día más importante (hasta esa fecha) de mi vida.
Llegamos al desayuno, estoy como un flan, los cazadores y amigos me saludan como a uno más, sonriendo y bromeando sobre mí, con sus típicos "chascarrillos de caza", porque mi padre, esta vez, llevaría a su "zagal" de compañero de puesto y no de morralero como era costumbre.
Llega el momento, sorteo de puestos y a coger los coches para aproximarnos a la zona de caza. Me temblaban las piernas, el día era espléndido, sol y fresquito y aunque yo frio no tenía, me tiritaban los labios que no podía frenarlos. ¡Nervios en estado puro!
Ya puestos, breves indicaciones de mi padre, que con cierta chulería extremeña de la que siempre hizo gala, me explica el procedimiento del ojeo, recordatorios de todo lo preguntado por mí la noche anterior y en el trayecto de la mañana mientras veníamos hacia el pueblo.
Se empiezan a escuchar a los ojeadores y no tardan en sucederse los lances, yo a la derecha de mi padre encaro la escopeta sin que tenga demasiadas oportunidades de disparo. Los nervios están apoderados de mi totalmente, hasta que puedo abatir la primera perdiz. Puff!! Que sensación de tranquilidad!
Mi padre me anima a seguir y, aunque no dándome demasiadas oportunidades, yo continuo "quemando" cartuchos y haciendo correcciones sobre la marcha y claro, porque no decirlo, realizando lances vacios. Vacíos porque una vez frenada la perdiz por mi padre, yo la remataba ¡jejeje! Esto me tenía algo frustrado, pero "joe", que gran tirador, cazador y mejor persona era mi padre ................
En alguno de los lances mi cara había sentido lo que es desencarar la escopeta en el segundo tiro y mi hombro también sufrió algún que otro zapatazo por no apretarme la escopeta como mil veces me recordé a mí mismo.
Terminado el ojeo, cobro de piezas y a recoger todos los "achiperres" como decía mi maestro. Un buen almuerzo nos aguardaba y una sorpresa más.
Al terminar tan copioso almuerzo y yo con el subidón aún por lo acontecido, la voz ronca del presidente del coto pronuncia unas palabras mágicas: "Venga, los que tengan ganas, ¡Vamos a dar un gancho!"
Se me iluminó la cara, mi padre me miró y dijo: "Vamos, que vas a hacer el día completo". Ya lo creo si era completo, esta era mi oportunidad de demostrar lo que valía ¡jajaja! Una sola escopeta y mi padre conmigo de morralero (Creo que nunca había hecho un examen en el que el profesor estuviera detrás de mí todo el tiempo).
Caza en mano y a andar despacito para hacer una especie de rebusca, yo cerrando a la derecha de la mano y por mi izquierda el socio más mayor del coto, un "ancianito" mas salao que las pesetas, amigo de todos. Después de un rato andando salta delante de mí una brava perdiz toledana con un gran estruendo al batir de sus alas, sobresaltado y subiendo mi escopeta, pega un taponazo el compañero de al lado seguido de una polvareda e inmediatamente y a penas sin correr la mano tiro de gatillo para abatir la que sería, y esta vez de verdad, mi primera perdiz. La emoción era inmensa, continúo con paso firme a cobrarla y mi padre muy orgulloso me felicita moderadamente. A su vez se acerca el compañero de al lado y yo con mi perdiz en la mano me dice: "Uf… menos mal, pensé que se me escapaba". Yo, con mirada incrédula, no logro soltar una palabra, solo sonreí, miré a mi padre y como este me negaba con la cabeza, con los ojos cerrados y con media sonrisa. Comprendí con solo esa mirada, que no tenía que discutir aquella pieza que de sobra sabía que la había echado yo al suelo.
Sin duda fue una humilde lección la que recibí, pero de verdad que yo estaba muy indignado y mi padre no borraba su sonrisa. Jejeje.
Llegamos a la junta y mi padre comentaba el barrenazo que había pegado el compañero y como yo le había dado caza a esa perdiz.
Pasado un rato, mi padre se acercó al plantel de perdices que teníamos en el suelo, arrancó una pluma de una de ellas y me dijo: " Toma, esta es la pluma de la perdiz que mataste allí abajo"
Y así terminó el que fuera mi primer día de caza, por llamarlo de alguna manera, en solitario.
Por: Raul Blazquez.
@GrandcheV8
"El Mani" y Raul Blazquez
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